La obsesión de viajar ha perseguido a Guerreiro a lo largo de su impecable trayectoria artística. Los hitos de sus viajes, sin embargo, han sido siempre negaciones obsesivas del movimiento, envueltos en atmósferas a menudo agorafóbicas tan ricas en contenidos dramáticos como intimidatorias: aquellos cielos tétricos, tendidos sobre una calle desolada o sobre los lúgubres silos de una estación de ferrocarril, negros como el ala del cuervo de Poe… y sobre todo los andenes, las maletas varadas, los trenes de juguete: recuerdos e intuiciones privilegiadas de un viajero que teme salir de su casa, moverse de su centro, permitir que la luz del día descerraje su magnífica noche, su propio infierno predilecto, pleno de misterios sombríos y reveladores.

Carlos Casanova (del catálogo de la exposición “Iter, itineris”)